martes, 29 de junio de 2010

Life Gets You Dirty

No parece que sea grande la distancia entre la rabieta infantil y la ira del adulto, pero lo que es obvio es que en el camino que se recorre de la una a la otra la vida hace mella y, como diría Enrique Urbizu, mancha. Es de esa merma, de esa mancha, de las que habla Michael Monroe en el que para mí es su mejor y más sentido trabajo, Life Gets You Dirty (1999). Acto de autoafirmación y ajuste de cuentas que, en consecuencia con lo sostenido, tanto podría venir de un niño de cinco años como de un hombre de los treinta y muchos que tenía el cantante de Hanoi Rocks cuando grabó el álbum que nos ocupa. Es en la formalización de esos sentimientos donde se encuentra la diferencia, pues el malestar en la cultura que con tanta precisión describió Freud afecta a jóvenes y mayores por igual, y es en la habilidad estética (diría que hasta ética) para manejarla donde, al fin y al cabo, todo se dirime.

Si la música suena excelente de principio a fin, con ese característico cruce de high energy, punk rock, sleaze y metal, es en las letras, y en la forma de escupirlas, donde Monroe se hace fuerte. Bien sea en la emocionante Since When Did You Care ("Do you disremember everyone you've hurt?"), en los ecos del Bruce Springsteen de The River de If The World Don't Want Me ("Then I don't want the world", faltaría menos) o en la declaración tajante de No Means No ("I won't change my mind"), el finlandés lanza toda su rabia y romanticismo adolescente sabiendo de sobra que no va a haber respuesta, pero con la necesidad que todos tenemos (otra cosa es que sepamos) alguna vez de expresarnos sin cortapisas, aunque lo dicho pueda resultar para muchos ridículo, excesivo o, peor aún, innecesario.

Por supuesto que las melodías que acompañan a los versos de Monroe son buenísimas, y las interpretaciones, brillantes y aguerridas. Como si fuera causa y efecto de la catarsis de tanto desajuste emocional, Michael Monroe toca todas las guitarras, pianos, armónicas, saxos y panderetas que se escuchan en el disco y sólo deja en manos ajenas bajo, batería y coros, entre ellos los de su tristemente desparecida esposa de entonces. Life gets you dirty… and sad, podría haber añadido Monroe dos años después de haber terminado el álbum, tras conocer el deceso de Jude Wilder. Porque las manchas, mal que bien, se limpian, pero la tristeza de lo irreparable, una vez instalada, ya no nos abandona jamás. Hablaríamos, entonces, de otro disco. Nos quedamos con el que existe, claro: la explosión de energía y el cabreo estructurado de Life Gets You Dirty.


lunes, 28 de junio de 2010

Fun House

Pocas veces el arte de componer e interpretar rock and roll ha alcanzado el grado de perfección y coherencia logrado en Fun House (1970), segundo elepé de los Stooges, último de la formación original y fin también de la relación contractual con Elektra. Si en The Stooges ya descubrimos el sonido característico de la guitarra en wah-wah del maestro Ron Asheton aplicado a clásicos que serán padres del punk rock, la unidad de los siete temas que componen Fun House, la destrucción a la que apuntan y en la que desembocan, el acercamiento al free jazz para fundirlo con la sencillez del lenguaje rock y un Iggy Pop personificando el peligro en sus interpretaciones vocales hacen del segundo trabajo del grupo de Detroit una obra arrebatadora y profundamente inspiradora para cualquiera que haga de guitarra, bajo y batería su forma de expresión.

Grabado en directo en los Elektra Sound Recorders de Los Ángeles, con algún overdub de Ron Asheton, el metálico riff de Down On The Street nos adentra en un mundo de droga y paranoia que se acentúa en Loose y T.V. Eye, dos bombas de relojería de las que beben por igual punk, hardcore y heavy metal. Los majestuosos siete minutos de Dirt, su particular visión bañada en ácido del blues (que los Stooges seguirán retorciendo en Raw Power), ponen fin a la primera cara. Es entonces cuando entra en escena el saxofón de Steven Mackay, epígono de John Coltrane y Ornette Coleman, y, junto a los hermanos Asheton y Dave Alexander, lleva el planteamiento stooge a su máxima libertad, radicalidad y lirismo en 1970 y Fun House, piezas que, siguiendo su propia lógica y la de toda la grabación, sólo pueden concluir en el paroximso atonal y feroz de L.A. Blues, cerca de cinco minutos de ruido infernal que tanto pueden poner fin como dar comienzo a la pesadilla.

Aunque pueda parecer imposible, dada la intensidad y dimensión del logro, los Stooges (Iggy and The Stooges, si hablamos con propiedad; Pop era la figura que fascinaba a David Bowie y a tantos otros, y el que podía dar mayor tirón comercial a la banda), con James Williamson a la guitarra, relegado Ron Asheton a las cuatro cuerdas, serían capaces, tres años después, de igualar el nivel de Fun House con Raw Power, otro álbum soberbio y definitivo. Nacidas de ordenar el caos a su manera, la perfección y coherencia a las que hacíamos mención más arriba, sin embargo, hacen de Fun House, en mi opinión y en último término, el mejor de los discos de los Stooges.

lunes, 14 de junio de 2010

Let There Be Rock

Aunque afirmáramos el año pasado en Ragged Glory que Highway To Hell es "la obra maestra de AC/DC y uno de los más memorables discos de la historia del rock and roll", apotegma que seguimos corroborando, nada de lo que grabó el quinteto australiano con Bon Scott tiene desperdicio, mucho menos el torrencial Let There Be Rock, el disco más punk de AC/DC, y no sólo porque fuera publicado en 1977.

Go Down abre el elepé en forma de carnoso boogie a la plancha metálica, cocinado por cinco tipos en plena forma que apabullan con su energía. Dog Eat Dog es un buen tema, pero tiene que agachar la cabeza cuando termina, pues le sigue Let There Be Rock, una de las mejores canciones de AC/DC (¿quién mejor para cantar "Que se haga el rock"?), con implacable base rítmica, mayúscula guitarra de Angus Young y herética y cachonda letra de Bon Scott. Bad Boy Boogie, otra grandísima canción, cierra la primera cara del álbum.

La primera edición australiana de Let There Be Rock contenía un medio tiempo bluesy en la línea de Ride On que fue eliminado en posteriores ediciones. Crabsody In Blue era su título y Problem Child su sustituto definitivo, un magnífico tema, superior a aquél, pero que ¡ya formaba parte de Dirty Deeds Done Dirt Cheap! Así que la excelente Overdose pasó de encabezar la segunda cara a ocupar el lugar de Crabsody In Blue. De todas las maneras, Hell Ain't A Bad Place To Be y Whole Lotta Rosie se encargaban de cerrar cum laude el elepé, especialmente la última y arrolladora canción, cuya virulenta electricidad nos hace alcanzar el éxtasis mediante un Angus Young absolutamente soberbio.

Mezcla de sofisticación y fiereza, de rudeza y pulimento, la fórmula que, con un pie en Led Zeppelin y otro en Chuck Berry, desarrolló AC/DC tiene en Let There Be Rock una de sus mejores muestras. ¡Y encima todavía quedaban por llegar Powerage, el mentado Highway To Hell y Back In Black! Por muy grande que sea el elogio, no caeremos en hipérbole a la hora de calificar un banquete tan exquisito. Imposible, siempre nos quedaremos cortos.

sábado, 12 de junio de 2010

Deconstruction

No creo que mucha gente se acuerde a día de hoy de Deconstruction, pero de las cenizas de la genial banda californiana Jane's Addiction no sólo surgió Porno For Pyros, sino que Eric Avery y Dave Navarro, junto a Michael Murphy, formaron Deconstruction, evanescente grupo que sólo publicó un álbum homónimo a título póstumo en 1994, muy superior en todo caso a los dos que grabaron Perry Farrell y Stephen Perkins con el nombre de Porno For Pyros.

La misma deconstrucción que Jane's Addiction aplicara a hard rock y funk, la aplican el bajista y el guitarrista en su reverso oscuro, sin el carácter lúdico e irreverente que Farrel imprimía, como si buscaran un ambiente monocromo y depresivo para dar (y lograrla) cohesión al álbum. O como si buscaran, sobre todo Avery, con esa voz tan lúgubre, distanciarse de su anterior proyecto en una actitud abierta a cualquier hallazgo pero con unas premisas claras. Rock potente que escapa de las clasificaciones como de la peste, Deconstruction es un trabajo ambicioso y largo (setenta minutos), pero sobre todo experimental y personal, que se nutre de las ideas de Eric Avery, las espléndidas guitarras de Dave Navarro (que sólo con lo que había grabado con Jane's Addiction ya hubiera pasado a la historia) y la solvente batería de Michael Murphy, que no es Stephen Perkins aunque tampoco lo pidan las canciones.


Difícil destacar unas de otras, por cierto, pues el disco funciona como inequívoca unidad, y la escucha completa denota gran coherencia en un ensimismamiento que remite sin contradicción al after punk británico. Citemos, si acaso, la contundencia eléctrica de Dirge, la desnudez semiacústica de Son, la fantasmagórica primera parte de One, que acaba convertida en un emocionante trallazo en la segunda, los siete minutos de America ("I was America this morning driving just to drive no destination in mind just spinning my wheels") y el breve apunte de That Is All ("I don't want to spend another day looking back "), al que se yuxtaponen y contraponen los dos minutos instrumentales de Kilo que parecen aportar algo de luz y esperanza que cierre el disco… y la trayectoria de Deconstruction.